El SIDA, desde su descubrimiento y como ninguna otra enfermedad, reunió los requisitos para producir rechazo social. Se trataba de una enfermedad nueva, de origen desconocido, contagiosa y mortal que afectaba a personas ajenas a la "normalidad social": homosexuales, drogadictos, prostitutas, pobres. El miedo global e individual al contagio provocaba, y provoca en la actualidad, el rechazo al afectado. Las circunstancias previas de vida de muchos de los infectados por VIH favorecen la ausencia de un entorno familiar capaz de facilitarles los cuidados básicos, abocándoles a situaciones de desprotección.
Nuestro estudio pretende centrarse en uno de estos colectivos, donde se aglutinan enfermedad, marginalidad, exclusión y soledad, como es el de los presos con VIH/SIDA que al ser puestos en libertad (porque cumplan su condena o bien por razones humanitarias, fase terminal), carezcan de apoyo social alguno, quedando en situación de desamparo.